Más allá de la biología del cáncer: Cáncer y sociedad
por Mauricio Quimbaya
El cáncer es una enfermedad
mortal que ha adquirido características pandémicas. Según los datos más
recientemente compilados y analizados por GLOBOCAN (una división de la
organización mundial de la salud, cuyo objetivo principal es el de proveer
estimaciones actualizadas de la incidencia, la mortalidad y la prevalencia del
cáncer en el mundo), en el año 2012 a nivel global se reportaron 14.1 millones
de nuevos casos, 8.2 millones de muertes asociadas a la enfermedad y 32.6
millones de personas sobreviven con la enfermedad luego de que se les hubiera
diagnosticado (supervivencia luego de 5 años tras el diagnóstico) (http://globocan.iarc.fr/Default.aspx).
En Colombia, según el instituto nacional de cancerología en el año 2011 (datos
más recientes), cerca de 32 mil personas perecieron a causa de distintos tipos
de cáncer (http://www.cancer.gov.co/content/estadisticas).
El cáncer es una enfermedad poligénica,
altamente heterogénea y de causas compuestas y diversas. Esto quiere decir que
para el surgimiento y progreso de la enfermedad es necesaria la alteración de
distintos y múltiples procesos celulares que al combinarse con condiciones
medio ambientales determinadas y hábitos de vida particulares, convergen de una
manera causal en el origen de la enfermedad. Los distintos tipos de cáncer son
tan disímiles en sus causas, síntomas, características y posibles tratamientos,
que más que una única enfermedad, el proceso de carcinogénesis es un cúmulo de
enfermedades distintas que convergen en una serie de marcas distintivas que
permite su agrupamiento (Goodarzi, Elemento,
& Tavazoie, 2009).
Biológicamente, el cáncer es un
proceso y como proceso, requiere de múltiples causas genéticas y alteraciones
celulares que se aúnan a través del tiempo para iniciar la enfermedad. Pese a
la alta heterogeneidad de la enfermedad, en el año 2000, los científicos Robert
Weinberg y Douglas Hanahan, propusieron seis características distintivas (en
inglés cancer hallmarks) del proceso
carcinogénico que son comunes a los distintos tipos de cáncer (Hanahan & Weinberg, 2000). Posteriormente,
en el año 2011, Weinberg y Hanahan, añadieron otras cuatro nuevas
características a las seis ya propuestas para completar diez características
sello del proceso de carcinogénesis (Hanahan
& Weinberg, 2011). Dichas marcas representativas de la
cancerogénesis, especifican una serie de procesos celulares cuya alteración
funcional es propia de los distintos tipos de cáncer y por lo tanto, tipifican
una serie de marcas distintivas del proceso carcinogénico. Dichas marcas
distintivas del cáncer son: la perdida en el control de la proliferación celular,
la resistencia a la muerte celular programada, el efecto evasivo a supresores
de crecimiento, la activación de mecanismos invasivos y de metástasis, la
inmortalidad celular, la inducción del proceso de angiogénesis (formación de
vasos sanguíneos), la alteración de la regulación energética celular, la acción
de mecanismos para evitar la destrucción inmunitaria, la inducción de eventos
inflamatorios sostenidos y la inestabilidad genómica (Hanahan & Weinberg, 2000, 2011).
En el presente escrito he querido
ir más allá de la biología del cáncer para realizar una comparación entre la
crisis actual de la sociedad y de las instituciones estatales colombianas con
el inicio y progreso del proceso carcinogénico. Para esto, dado que el cáncer
es un proceso y el declive de la sociedad que se combina con el deterioro de
las instituciones también se puede asumir como un proceso (Buchanan, 1975), he realizado un símil entre
algunas de las marcas distintivas del cáncer y lo que yo considero, son las
marcas distintivas del proceso de degradación social que actualmente es
característico de la sociedad colombina. El presente ejercicio podría decirse
que tiene un objetivo dual. Por una parte me interesa hacer más comprensible el
entendimiento del proceso carcinogénico, por medio del entendimiento de las
bases fundamentales que representan sus marcas distintivas y para esto, creo
que una comparación directa con situaciones asentadas en la realidad nacional,
puede ser de utilidad. En contraposición, aunque no soy antropólogo o
sociólogo, creo que es factible pensar en la situación actual de nuestro país
como un proceso causal en el que distintas marcas distintivas de alteración en
lo social y en lo institucional han convergido para producir una nación enferma
que lucha contra su propio deterioro interno, en contra de su propio proceso
cancerígeno autodestructivo.
El cáncer se define como la
pérdida de identidad celular dentro de un contexto tisular, en donde una célula
o un grupo de células escapan de sus compromisos funcionales para entrar en un
estado de independencia funcional que altera directamente la homeostasis
celular, tisular y organísmica (Bronchud, 2002;
Dvorak, 1986; Hahn et al., 1999; Hayflick, 2000; Kinzler & Vogelstein,
1997; Laubenbacher et al., 2009). En otras palabras, la célula
cancerígena se caracteriza por la pérdida de funciones particulares, o la
ganancia de otras ajenas a su compromiso celular dentro de un tejido
específico. La célula cancerígena es una célula anárquica. Biológicamente, se
habla de un proceso de dediferenciación celular en donde las células
transformadas malignamente pierden las características estructurales y
funcionales típicas de una célula terminalmente diferenciada y adquieren un
estado híbrido en donde ya son ajenas al tejido en donde pertenecen.
El escritor colombiano William
Ospina en su libro “Pa' que se acabe la vaina” sugiere a la falta de identidad
como colombianos como una de las principales causas de nuestra caída como
sociedad. Según el escritor, existe más una unidad regional que una identidad
propia como país. La diversidad geográfica, histórica y cultural une a las
regiones pero nos distancia como nación hasta el punto que no hay una identidad
definitoria nacional. Adicionalmente muchas de las características que nos
reconocen tanto nacional como internacionalmente como colombianos, son
atributos negativos y antivalores. La llamada malicia indígena y el adagio
popular de “a papaya puesta papaya partida”, propone Ospina, nos identifica
como colombianos, más allá, carecemos de características convergentes como
sociedad (Ospina, 2013). Personalmente
considero que dicha carencia de identidad, enmarcada en un contexto de
violencia continuada a través de nuestra historia como nación, hace que muchos
de nuestros deberes como ciudadanos no los cumplamos o porque no los creemos
importantes o porque razonamos que nada cambiará ejerciendo dichos deberes. No
ejercemos nuestro derecho y deber de votar, no denunciamos actos ilícitos,
preferimos callar ante el delito, somos evasores de impuestos, anteponemos el
bien propio al bien común, somos beligerantes por naturaleza, no reconocemos
nuestras propias faltas y más bien las soslayamos o las entregamos a otros y
carecemos de memoria y de conciencia de país. No reconocemos nuestro papel como
individuos, constructores de una sociedad, no somos conscientes de nuestro rol
individual como generadores de cambio. No poseemos identidad nacional, somos
anárquicos, somos y crecemos fuera de las normas y en ese sentido, nos
comportamos como una célula cancerígena que no reconoce ni límites ni
funciones, liberándose así del control contextual del medio en el que se
encuentra. El cáncer surge pues en nuestra sociedad como un proceso
convergente, en el que múltiples factores fallan y se debilitan para culminar
con la pérdida de nuestra identidad como colombianos. Analizaremos a
continuación, algunos de dichos factores que surgen a costa de la perdida de
nuestra identidad.
Primera marca distintiva del cáncer: la pérdida del control de la
proliferación celular
La mayoría de nosotros
reconocemos esta característica distintiva del cáncer y la asociamos con el
proceso carcinogénico en sí. Mas si bien, aunque la pérdida del control de la
proliferación celular, es una marca distintiva del cáncer, ésta en sí, por si sola,
no es suficiente para la transformación neoplásica de la célula.
En la mayoría de nuestros tejidos
adultos existe un grupo de células encargadas de sostener la funcionalidad del
tejido a partir de la producción de los distintos tipos celulares pertenecientes
a dicho nicho celular. A este grupo de células se les conoce como células madre
adultas y son las células que se encuentran en constante división durante toda
nuestra historia personal como entes biológicos. El proceso de división celular,
característico de las células madre, es un proceso de división controlado en el
espacio y en el tiempo. El modelo del origen y progreso del proceso carcinogénico
basado en células madre sostiene que una célula madre adulta puede sufrir
cambios o alteraciones a causa de mutaciones específicas que por una parte,
aceleran su proceso de división y por otra, hacen este proceso independiente de
eventos regulatorios que lo limitan (Goding,
Pei, & Lu, 2014; Shah & Allegrucci, 2013; Sperka, Wang, & Rudolph,
2012; Tabar & Studer, 2014; Vermeulen & Snippert, 2014). Este
acelerado proceso de división, independiente del control ejercido por el
contexto tisular, magnifica la posibilidad de que la maquinaria de replicación
celular cometa errores en el proceso de división. Una mayor tasa de división
celular representa una mayor tasa de mutación, la cual, al ser aleatoria,
afecta distintos procesos celulares que al ser alterados funcionalmente
convergen en la producción de una célula cancerosa. Si bien el proceso alterado
de la división celular no representa en sí una célula maligna, éste sí es una
plataforma que impulsa la transformación neoplásica.
Equipararé la pérdida de control
sobre la proliferación celular a la falta de educación en nuestra sociedad. Aunado
al pensamiento de Acero y colaboradores (Acero, Escobar & Castellanos, 2007),
considero a la falta de educación como la base sobre la cual se originan,
crecen, proliferan y se diversifican los distintos problemas de nuestra nación.
Si bien, la ausencia de educación y la carencia de una de educación de calidad
no representa per sé un delito o un hecho punible, ésta sí es la base sobre la
cual se forjan la mayoría, sino todos, los delitos de nuestra sociedad. En este
sentido, la falta de educación es equivalente a la marca distintiva del cáncer
conocida como la pérdida del control sobre la proliferación celular.
En este punto, con carencia de
educación, no solo me refiero a la falta de educación académica, sino también a
la falta de educación en valores, que es deber tanto de las instituciones
educativas como de la familia y del entorno comunitario. Sin lugar a dudas, una
de las principales funciones del proceso educativo, es el de generar ciudadanos
con una mente crítica, capaz de tomar decisiones basándose en el análisis consiente
del contexto social, político y cultural en el que se han de tomar dichas
decisiones. La formación de dicha mente crítica debe ser forjada en el tiempo,
por medio de un acceso permanente y continuo a la educación, desde la básica
primaria hasta la educación superior. En Colombia, solo el 80 % de los niños
culminan su formación básica primaria. Posteriormente, de cada cien estudiantes
que acceden al bachillerato solo cuarenta y seis, accedan a la educación
superior, y de esos estudiantes, solo veinte tres obtienen un título
profesional (http://menweb.mineducacion.gov.co/seguimiento/estadisticas/).
Solo un mínimo de la población logra tener una formación constante que
contextualmente, favorece la formación de una mente crítica. De igual manera, no
es coincidencia que los países que más invierten en educación y en formación
intelectual y de valores (Finlandia, Noruega, Suecia, Suiza, Dinamarca, Corea,
Japón, Canadá y Bélgica) sean a su vez las naciones con menores tasas de
inequidad, menores tasas de corrupción, índices de violencia reducidos y alta
producción tecnológica y científica (http://www.iaea.info/documents/paper_4d51c29d.pdf
o https://openknowledge.worldbank.org/bitstream/handle/10986/7154/wps4122.pdf).
Creo firmemente que la educación genera alternativas de vida, abre puertas
hacia el trabajo responsable y autocrítico y forja mentes. Por el contrario,
considero que la ausencia de la misma, o la mediocridad en sus parámetros
formativos, modifica negativamente sociedades, induce a la indiferencia y
conduce ineluctablemente a la inequidad social. Desde este punto de vista, la
falta de educación o la mediocridad de la misma, al igual que la ausencia de
control en la proliferación celular, es una plataforma que sustenta las demás
marcas distintivas del deterioro social de nuestra nación.
Cada una de las diez marcas
distintivas del cáncer tiene su equivalente específico dentro del contexto
sociopolítico colombiano. Tal como se ha señalado, la perdida en el control de
la proliferación celular encuentra su equivalente en la carencia de educación,
pero el resto de sellos del cáncer, también tienen sus homólogos sociales y
políticos en nuestra nación. Sin embargo, debido a que el escrito resultante de
la descripción y justificación de cada una de estas marcas sería demasiado extenso
para este espacio de expresión, me doy por satisfecho con que se entienda la
relación que quiero construir, y que me comprometo a seguir desarrollando en
futuras entregas, mediante la analogía que acabo de construir entre la falta de
educación y la pérdida del control sobre la proliferación celular.
Por ahora me gustaría resaltar a
manera de conclusión que más que un hecho fortuito, la enfermedad del cáncer es
un proceso y como tal, está definido por dinámicas específicas que surgen y se
modifican en el tiempo y en el espacio. De la misma manera, considero que el
deterioro de la sociedad colombiana es un proceso y como tal, es más fácil de
identificar, analizar y pronosticar, si se entienden individualmente, las
marcas distintivas de este proceso de deterioro y autodestrucción. De igual
manera, no quiero parecer pesimista. El cáncer es una enfermedad curable,
siempre y cuando sea diagnosticada a tiempo. De igual manera, los constantes avances
científicos, han permitido el entendimiento del proceso carcinogénico y, cada
día, nuevas alternativas preventivas, diagnósticas y terapéuticas surgen como
nuevas esperanzas para combatir la enfermedad. Por extrapolación, también
confío en un nuevo paradigma cultural que se está gestando en Colombia,
fundamentado en la construcción de una nueva conciencia social y política
basada en la igualdad, la justicia, el respeto, la tolerancia, la dignidad y el
trabajo dedicado y constante que sin lugar a dudas permitirá la construcción de
un nuevo país. Tal como el cáncer, pienso que la enfermedad ancestral que
aqueja a nuestro país no solamente es tratable, sino también curable. Se
avecinan tiempos de cambio.
Referencias
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riesgo para violencia y homicidio juvenil. Revista
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