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Por Mauricio Quimbaya

Sin lugar a dudas, los Organismos Genéticamente Modificados (OGMs) de origen vegetal, más conocidos como plantas o cultivares transgénicos, son uno de los productos derivados del conocimiento científico, que mayor controversia han generado en los últimos años. Múltiples son los argumentos que avalan o critican estos cultivares, desde perspectivas tan diferentes como la científica, la económica o la agroecológica. Algunas de dichas críticas se basan en un concienzudo proceso argumentativo, mientras que otras, son planteadas desde la subjetividad de la falta de conocimiento profundo en relación al tema. Recientemente, uno de los artículos científicos de mayor lectura y que aparentemente demostraba objetivamente el poder toxicológico de los OGM, fue retractado por los autores y por ende, de la revista en qué se publicó (Journal Food and Chemical Toxicology-ELSEVIER), debido a diversas e intensas críticas al trabajo científico allí reportado que conducía a conclusiones sin suficiente evidencia demostrativa [1]. Esto ha causado que el debate en relación a los OGMs esté en más auge que nunca.

El propósito del presente escrito más que el de dar distintos argumentos a favor o en contra de los cultivares transgénicos, es el de dar un marco contextual en el cual el surgimiento de la tecnología que permitió dar paso a los OGMs surge como una respuesta científica a una necesidad latente, a saber, el déficit alimentario del mundo contemporáneo y no simplemente como un capricho del método científico para generar Frankensteins antinaturales que no se necesitaban en un planeta completamente satisfecho.

El paradigma Malthusiano en relación al crecimiento poblacional y la disponibilidad de recursos

A inicios del siglo XIX, el demógrafo Inglés Thomas Robert Malthus, a partir de observaciones y datos recolectados por años en relación a la población mundial y al uso de recursos agrícolas utilizados por ésta, planteó una simple pero dramática conclusión a partir de sus observaciones: “El planeta no posee los recursos suficientes para soportar a una población humana que crece exponencialmente, mientras que la productividad agrícola aumenta linealmente” [2]. Esto implica que la capacidad de carga del planeta se verá en algún punto sobrepasada, principalmente porque bajo las condiciones agrícolas y tecnológicas de un mundo moderno, no existían los recursos suficientes para sustentar dicha capacidad de carga. Es bueno resaltar, que Malthus llegó a esta conclusión en los años precedentes a la revolución industrial, época en donde el desarrollo de nuevas tecnologías y el apogeo de las máquinas inicio el proceso de exacerbación desmedida de los recursos naturales. Proceso que desde entonces, persiste hasta nuestros días.

Algunos de los censos poblacionales de la antigüedad que se preservan actualmente, revelan que hacia el primer año, luego de la muerte de Cristo, existía un estimado de 300 millones de personas. A inicios de la revolución industrial, hacia el año 1900, la población mundial ascendía a 1600 millones de personas y en un periodo de 100 años, en el año 2000, la población mundial, llegó a 6000 millones. Recientemente, en el año 2012, el número de personas habitando nuestro planeta llegó a 7000 millones, la población se incrementó en 1000 millones de personas en poco más de una década y estimados poblacionales calculan que para el año 2050 el planeta tendrá 10000 millones de individuos usufructuando sus recursos naturales. Cada año en promedio, se agregan 85 millones de personas a la superficie terrestre [3], lo que ratifica el postulado Malthusiano del crecimiento exponencial de la población humana. De la misma manera, gracias a desarrollos técnicos y científicos característicos de las edades moderna y contemporánea, tales como un mayor acceso a los alimentos dadas las facilidades para su transporte; una mayor oferta laboral y mejores empleos que le permiten a las personas acceder más fácilmente al recurso alimentario; una mejora radical en los servicios públicos y en la higiene de los lugares de asentamiento humano, disminuyendo la incidencia de enfermedades infecciosas y; descubrimientos científicos en el área médica que han permitido el entendimiento de ciertas enfermedades postulando un tratamiento preventivo y terapéutico, han permitido que la expectativa de vida promedio de los humanos hubiese aumentado cerca de 40 años en relación a la expectativa que se tenía en la edad media.

En un gran número de países en vía de desarrollo y en algunos desarrollados, las tasas de natalidad han aumentado o permanecido constantes, mientras las tasas de mortalidad han disminuido. Esto quiere decir, que no solamente somos cada año más seres humanos aprovechando los recursos naturales ofrecidos por el planeta, sino que también, dichos productos son utilizados por una población creciente, por mucho más tiempo. Sin embargo, en contraposición al crecimiento poblacional acelerado, el aumento de la tierra arable, útil para la producción de nuestros recursos alimentarios primarios, no ha aumentado. En el mejor de los casos ha permanecido invariable, mientras que en un gran número de países, dicha área a disminuido [4].

Entonces, si como población dependemos específicamente de una serie de cultivos primarios que nos sustentan como especie, y si cada año existe más gente en el mundo, pero menos área para producir dichos cultivos. ¿Qué opciones tenemos o hemos tenido como especie para tratar de garantizar una seguridad alimentaria a nuestros semejantes?, ¿qué herramientas se han desarrollado para tratar de generar unos recursos alimentarios básicos que traten de garantizar nuestra supervivencia como especie?

La tecnificación agrícola y las distintas revoluciones agrícolas

En la actualidad, existen aproximadamente 300 cultivos distintos en el mundo. Veinticuatro de ellos suplen cerca del 90% de nuestra dieta. De la misma manera, cerca del 80% de los alimentos que consumimos provienen de 8 cultivares y el 50% de nuestra dieta se basa en tres cereales, a saber, arroz, maíz y trigo [5]. Para que el hombre, pudiera lograr la producción masiva de dichos cultivares, debió afrontar retos y circunstancias adversas que desafiaron su capacidad creadora e intelectual. El ser humano gestó y aún es partícipe de una gran revolución agrícola masiva, que podríamos subdividir en distintas fases y que le ha permitido sobrevivir a través de las generaciones.

Podríamos afirmar, que la primera revolución agrícola se dio a finales del neolítico, hacia el año 8000 a.c. Punto en el cual se data el origen de la agricultura, en donde el Homo sapiens, pasó de una vida nómada a una vida sedentaria.

A otra transición agrícola a resaltar, se le conoce como la “revolución verde”, la cual se sucedió entre 1940 y 1970. En este periodo de tiempo, hubo una fuerte inversión en investigación y en transferencia de tecnología para aumentar la productividad del campo mediante el desarrollo de nuevas variedades, la tecnificación industrial del agro y el desarrollo de nuevos fertilizantes y plaguicidas [6]. Sin embargo, el constante crecimiento poblacional, aunado al cambio climático acelerado durante las últimas décadas [7], continúa retando constantemente la inventiva humana. Como respuesta a dicha crisis climática, se habla de una tercera revolución agrícola que empieza en 1980 y se extiende hasta nuestros días, caracterizada por el auge de la biología molecular de plantas y sus aplicaciones directas al desarrollo de OGMs.

La revolución biotecnológica del agro

Fueron los científicos Belgas Marc van Montagu y Jozef Schell, quienes a inicios de la década de los 80s, idearon el procedimiento de transformación genética de plantas usando una bacteria, Agrobacterium tumefaciens, como vector mediador de la transformación. Con este procedimiento, Montagu y Schell, definieron el inicio de la tercera revolución agrícola basada en la biotecnología de plantas. Esta nueva tecnología propone la utilización de elementos genéticos específicos y particulares, obtenidos y aislados de plantas, bacterias o animales, para conferir alguna característica deseada en plantas o cultivares particulares.  A diferencia de los métodos de mejoramiento tradicional de plantas, la transgénesis permite individualizar elementos genéticos previamente caracterizados, de los cuales se conocen o se infieren sus efectos fenotípicos directos, permitiendo un ahorro de tiempo y procedimientos metodológicos en la obtención de variedades de plantas con características fenotípicas y/o agronómicas deseadas por el investigador. El uso reciente de esta tecnología ha permitido la obtención de nuevas variedades de cultivares con tolerancia a estreses abióticos (sequía, altas temperaturas, suelos pobres en nutrientes, heladas), plantas con resistencia a estreses bióticos (insectos perjudiciales, bacterias patógenas, hongos y virus), cultivares con resistencia a herbicidas y plaguicidas y la generación de plantas con insertos génicos, relacionados con una mayor productividad (tiempo de floración, cantidad y tamaño del grano, tamaño del fruto, eficiencia fotosintética).

Dado que el paradigma Malthusiano hoy en día es más vigente que nunca, y que el cambio climático exige la generación en periodos relativamente cortos de tiempo de cultivares agronómicamente importantes que sean viables para alimentación de una población creciente en condiciones altamente cambiantes, no es de extrañar que la alternativa biotecnológica sea actualmente una de las estrategias más utilizadas. De los 1500 millones de hectáreas aptas para el cultivo que existen en el mundo, 170 millones de ellas están ocupadas por OGMs. Se espera que este número se doble en la siguiente década [8].

Lejos del debate planteado, en relación a la producción y consumo de OGMs, en lo que se quiere hacer énfasis es en la necesidad real que existe actualmente para la generación de nuevas tecnologías que permitan tratar de garantizar la seguridad alimentaria de un mundo de población creciente y clima cambiante, y en este sentido, los OGMs surgen como una alternativa viable y eficiente que permite enfrentar con algo de esperanza los retos del nuevo milenio.

Pero más cultivos y más eficientes, no necesariamente significa una distribución más equitativa de los alimentos

La ciencia y sus desarrollos científicos están inmersos en una sociedad política y económica que descontextualiza el oficio científico. Lo que quiero afirmar, es que por antonomasia, el oficio del científico, es el de buscar y definir soluciones para problemas de investigación particulares. Muchos de estos problemas investigativos coinciden con necesidades básicas de la sociedad. Sin embargo, dado que el oficio del científico, se encuentra inmerso y supeditado a un esquema político, económico y social, que a pesar de ser externo a la actividad científica como tal, en infinidad de ocasiones, restringe la aplicación de los productos derivados del ejercicio de la ciencia.

No importa que innumerables desarrollos científicos, permitan de tal manera la maximización de la utilización del agro, que reviertan el paradigma Malthusiano, si la aplicación de dichas tecnologías se ve limitada por factores económicos, políticos y sociales. En otras palabras, para nadie es un secreto que el hambre mundial, que se manifiesta en condiciones dramáticas en países subdesarrollados, subsiste y coexiste con los desarrollos tecnológicos contemporáneos que deberían desde hace ya décadas haberlo derrotado. No se puede enfrentar las hambrunas mundiales netamente desde una perspectiva científica. Si se quiere erradicar el hambre del planeta es necesaria una reconversión económica, una nueva síntesis política que ratifique la igualdad entre los más poderosos y los menos poderosos y una transformación social en la cual la discriminación y la subyugación no sean estandartes de la sociedad contemporáneas. Se necesita un replanteamiento del papel del científico, en donde su oficio tenga asiento en la realidad mundial y en las herramientas que pueda generar a partir de las necesidades realistas de la sociedad y no en el arte estéril del publicar por publicar.

La única manera de combatir el hambre subyace en la reformulación de los paradigmas socioeconómicos actuales basados en una educación científica y moral, que permita por un lado, el uso de la ciencia para generar herramientas utilizables por todos los segmentos de la sociedad y por otro, que genere una conciencia de equidad en donde cada uno de nosotros, sin distingo de razas, etnias, nacionalidades o poder adquisitivo, podamos acceder de la misma manera y sin trabas a los recursos ya sean naturales o biotecnológicos actuales.

Como lo dijo el presente año Marc Van Montagu al recibir uno de los premios más prestigiosos del mundo científico “The World Food Prize”: “Quienes nos dedicamos al trabajo agronómico no debemos dormir, simplemente porque el hambre no duerme” que esta sea una invitación al trabajo mancomunado para la erradicación del hambre del mundo.

Referencias